Dime de qué careces y te diré qué conciencia aspiras a desarrollar.
Para abordar la filosofía de esta terapia creo conveniente compartir la carta que la creó. Esta carta fue escrita hace nueve años cuando padecía los duelos por mis dos hijos, mi pareja, mi mejor amigo y cuando enfrentaba una enfermedad devastadora.

28 de Diciembre 2004
Querido amigo:
Es difícil ir por la vida llevando la carga de nuestras pérdidas. No sé qué es más aplastante, si el dolor o la memoria que nos hace aferrarnos a todo aquello que no pudimos ser.
Me he desgastado tanto por aferrarme a amar inútilmente aquellas cosas que no me hacen crecer y me he enterrado tantas veces y de tantas formas por el miedo de soltarme realmente a ver algo diferente a lo que no tuve…
Simplemente abrirse a obtener cualquier cosa, sin expectativas, sin afanes, deseando el deseo, no algo específico.
Abrir los ojos de una vez por todas y darse cuenta que todo es un regalo.
Que no se puede poseer nada en realidad, que la nostalgia de lo perdido sólo es un ancla pesada que hace que el corazón se torne débil.
No es sano ir por la vida viviendo de fantasías, al final el vacío es mucho mayor, el hambre de ser, provoca un hueco hondo, la falta de aire nuevo por la melancolía del pasado hace que los pulmones no puedan respirar nueva vida.
¿No te ha pasado esto? Preguntarse… ¿Qué estoy haciendo de mi vida, por qué no me he dado todavía el permiso de librarme de ese hueco en el estómago, de esa melcocha que me impide respirar, de ese vacío en mi alma, de esa pesantez en mi corazón? ¿Qué sería de mí si decido soltar poco a poco todo el bloqueo?, ¿qué sería yo sin mis miedos a experimentar una vida nueva, diferente, ni siquiera la que deseo, sino la que pueda lograr construir?
¿Qué sería de calmar los caprichos de mi niño interior maltratado, de mi adolescente perdido y de mi adulto amargado?
Ah hombre joven, hombre viejo, niño, qué más da. Todos somos uno mismo habitando el cuerpo…
¿Por qué me aferro a pensar que en el más allá voy a encontrar lo que sé que está aquí pero no he podido alcanzar por tanta carga?
Si es verdad que no he vivido mi vida ni en el pasado ni en el futuro, ¿por qué los persigo tanto?, ¿qué será de vivir el tiempo presente?, ¿cuándo fue la última vez que me sentí realmente vivo?¿Por qué en lugar de nombrar las experiencias como abandono no las nombro como impulso?, ¿qué tal si en lugar de soledad me nombro autónomo, y si en lugar de dispersión le llamo liberación?
En verdad, aquí y ahora, ¿qué decido?
¿Qué es lo mejor que puedo desear para mí y para esta vida?
No quiero una vida de carencias, quiero la abundancia que otorga la capacidad de asombro. Recuerdo que esa palabra dejé de vivirla cuando alimentaba mis miedos, mis recuerdos. Se tornaron tan familiares que hasta lo más preciado se tornó en rutina y a punta de repetirse, se desgastó mi pasado y el impulso que me trajo a este lugar, a este momento, en mí. Al final… en mí.
Quiero entrar en mí, sentirme yo, afuera de mi es un clima frío. Requiero la calidez de mi amor, ese por el cual salí a buscarme en otros y que hizo perderme.
Quiero volver a mis terrenos, a mi hogar, a mi fuerza, a mi esencia.
Me necesito tanto en estos momentos. Quiero saborear la paz que sólo otorga mi seguridad. Por un momento renunciar a la cacería de quien no soy en los demás y en cambio descansar en lo que siempre he sido, más allá de mis pensamientos, de mis emociones de mis sentimientos.
Quiero conocer mi espíritu, mi nombre, mi centro. Llegar ahí en donde poco importa saber de retos, misiones o expediciones.
Simplemente estar con mi ser y llenar de luz toda mi existencia. Llenarme tanto y de tal forma que me desborde y que el encuentro con el otro no implique salir de mí, sino que sea desde mí. Y así vivir. En el enorme potencial de mi amor, de mi entrega, de mi ternura, de mi fuerza, de mi paz, de mi asombro, de mi fe, de mi esperanza, de mi caridad, de mi creatividad.
Quiero y decido ser desde mí. Quiero y ya merezco entrar en mí de una vez por todas. Dejar de fraccionarme, de vivirme a medias, de sentirme a medias. Estoy harto de rentar mi propia vida. De perseguirla, de buscarla, de sentir que la he perdido cuando sé que está aquí dentro mío.
Hoy regreso a mí. Me voy de vacaciones del enajenante mundo perdido. Me voy de la ausencia, me rindo a las pérdidas, no me juego más como ficha, ahora me reconozco como jugador y co-creador de mi realidad.
Sin maletas, sin cargas.
Simplemente vuelvo al origen de la vida que vive en mí.
¡Es maravilloso estar y saberse vivo!
Fernando R. Gómez Urrea